sábado, 28 de septiembre de 2013

Fuerzas de elite ociosas de EEUU buscan qué hacer en América Latina

Retén militar en el río Atrato, noroeste de Colombia. Crédito: Jesús Abad Colorado/IPS
Retén militar en el río Atrato, noroeste de Colombia. Crédito: Jesús Abad Colorado/IPS
WASHINGTON, 18 sep 2013 (IPS) - La política de Estados Unidos hacia América Latina está en piloto automático, en gran medida por los poderosos intereses que las burocracias militares y de la DEA han solidificado durante décadas.
Esta es una de las causas de que la Casa Blanca haga “oídos sordos” al “clamor” de gobiernos democráticos y de la sociedad civil de la región por un relacionamiento diferente, asegura el informe “Hora de Escuchar“, publicado este miércoles 18 por la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) y otros dos centros de pensamiento.
Si bien la ayuda militar y de seguridad de Estados Unidos a la región viene cayendo desde 2010, las cantidades en dólares pueden resultar engañosas, según uno de los coautores del informe, Adam Isacson, analista de la WOLA y experto en Colombia.
Aunque los grandes paquetes de asistencia, como el Plan Colombia antiinsurgente y antidrogas, se reducen o llegan a su fin, “están en ascenso otras formas menos transparentes de cooperación entre fuerzas militares”, explicó Isacson.
Ayuda oficial cae en picada

En 2010, los montos de la ayuda estadounidense a América Latina tocaron su punto más alto en más de dos décadas, casi 4.500 millones de dólares, por los desembolsos de la Iniciativa Mérida para México y América Central y por el mayor flujo de asistencia para la recuperación de Haití tras su devastador terremoto.

Pero en 2011, la ayuda se redujo de forma drástica a solo 2.500 millones y se espera que para el año fiscal 2014, que comienza el 1 de octubre, no sume más de 2.200 millones, señala el informe.

La asistencia militar y de seguridad también tuvo su pico en 2010, con 1.600 millones de dólares. Pero desde entonces ha declinado a unos 900 millones anuales, en gran medida por el final del Plan Colombia y de la Iniciativa Mérida.

América Central es la única subregión en la cual la ayuda en general se está incrementando.
Esto obedece en parte a que la administración de muchos programas ha migrado del Departamento de Estado (cancillería), que tiene normas de derechos humanos más estrictas, al Pentágono.
Asimismo las Fuerzas de Operaciones Especiales –unidades de elite como los Boinas Verde del ejército o los grupos Mar, Aire y Tierra de la armada (SEAL)— están realizando más entrenamiento a efectivos latinoamericanos y caribeños, a raíz de su retiro de Iraq y su reducción paulatina en Afganistán.
En la última década, estos grupos se multiplicaron por más de dos y ahora suman unos 65.000 efectivos.
Su comandante, el almirante William McRaven –responsable de la acción que acabó con la muerte de Osama bin Laden— se ha mostrado especialmente agresivo buscando misiones para sus tropas en nuevos teatros de operaciones, incluso en América Latina y el Caribe, donde están entrenando a miles de sus pares.
“Usted puede entrenar a mucha gente por lo que cuesta un helicóptero”, dijo Isacson a IPS.
Esta mayor inversión en operaciones especiales forma parte de una estrategia más amplia del Pentágono (Departamento de Defensa), que consiste en mantener una presencia de “bajo impacto” en todo el mundo, reforzando su influencia en las instituciones militares locales.
Pero el Pentágono es mucho menos transparente que el Departamento de Estado y es frecuente que sus programas no estén sujetos a las mismas exigencias de derechos humanos ni al mismo grado de control parlamentario que los de la cancillería.
Más aun, McRaven ha intentado obtener la potestad de desplegar fuerzas especiales en distintos países sin consultar con los embajadores estadounidenses ante esos gobiernos y ni siquiera con el Comando Sur de Estados Unidos.
Si lo lograra, sería más difícil rastrear lo que hacen estas unidades de elite y saber si trabajan con fuerzas locales cuyos malos antecedentes en derechos humanos harían imposible que recibieran ayuda o entrenamiento estadounidense, según lo que prevé la llamada ley Leahy.
Según Isacson, el comando de McRaven intentó este verano boreal sellar un acuerdo con Colombia para establecer en ese país un centro de coordinación de operaciones especiales regionales, sin consultar al Comando Sur ni a la embajada en Bogotá.
“Estos hechos significan que el papel militar en la elaboración de la política exterior se está haciendo mayor y que las relaciones entre fuerzas militares empiezan a importar más que las diplomáticas”, añadió el analista.
De acuerdo al informe, otra tendencia preocupante es que algunos países, en especial Colombia, han comenzado a entrenar a fuerzas militares y policiales vecinas, y es frecuente que detrás de estas acciones haya aliento y financiación de Estados Unidos.
Pese a que los militares colombianos tienen antecedentes muy polémicos en materia de respeto a los derechos humanos, a oficiales de ese país se les asignaron papeles importantes en políticas destinadas a frenar delitos transfronterizos y narcotráfico, como la Iniciativa Regional de Seguridad para América Central, la Iniciativa Mérida y la reforma policial en Honduras, señala el informe.
Las nuevas tecnologías de seguridad, los drones (aviones no tripulados) y el ciberespionaje –como el que causó la abrupta cancelación de la visita a Washington de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff— entrañan nuevos y grandes riesgos para el clima político y las libertades civiles de la región, añade el reporte.
A estos fenómenos se suma la persistencia de la “guerra a las drogas” de Washington, inmune a los cada vez más ruidosos reclamos de cambio formulados por presidentes y expresidentes, la Organización de los Estados Americanos y la sociedad civil organizada de la región.
Las burocracias de la DEA (agencia antidrogas de Estados Unidos) “son notablemente resistentes al cambio y renuentes a repensar y reevaluar sus objetivos y estrategias”, dijo a IPS la coautora Lisa Haugaard, directora del Grupo de Trabajo para Asuntos Latinoamericanos.
Consultado por IPS, el historiador Carlos Medina Gallego, del Grupo de Seguridad y Defensa de la Universidad Nacional de Colombia, fue más lejos.
Hay denuncias de un “plan B” a la guerra oficial contra las drogas que opera sobre los territorios y los países productores y es desarrollado por “mercenarios”, sostuvo Medina Gallego.
Más allá de los acuerdos oficiales de Bogotá con agencias antidrogas y fuerzas especiales de Estados Unidos, hay unos “criterios” de que esos acuerdos se acompañen de “acciones de mercenarios y contratistas que operan bajo determinadas características y regulaciones  propias, con autonomía, en acciones contra el narcotráfico”, dijo.
“Esto hace parte de una estrategia integral en la que se combinan acciones formales y otras que se realizan en encubierto y que buscan alcanzar objetivos importantes”, aseveró. Pero “en materia de derechos humanos, resultan profundamente violatorias y ningún acuerdo podría contemplarlas”.
Como los informes muestran que “la guerra antidrogas no ha sido exitosa, más allá de comprometer territorios, poblaciones, ambiente y fumigaciones”, hay grandes dificultades para justificar presupuestos e inversiones, apuntó.
Por eso se busca, “por la vía encubierta propia de los mercados mercenarios, desarrollar acciones de capacitación y de acción directa, que se van llevando por delante gran parte de las garantías de derechos humanos, pero también la institucionalidad”.

Periodistas extranjeros buscan protección tras secuestro de Langlois


El italiano Simone Bruno habla de APIC, que reúne cerca de 40 corresponsales del mundo en Colombia.


El secuestro del francés Roméo Langlois no solo dejó lecciones a los periodistas colombianos. También sirvió de alerta a los extranjeros. Saber que el riesgo de cubrir el conflicto en el país está latente, los obligó a retomar la idea de crear una asociación que una y proteja a los periodistas extranjeros que viven en Colombia.
En diálogo con ELTIEMPO.COM, el italiano Simone Bruno, presidente de la naciente Asociación de Prensa Internacional de Colombia (APIC), habló de la razón de ser de la organización.
¿Qué es APIC?
Es una asociación, parecida a muchas otras, que reúne a los periodistas que trabajan para medios extranjeros. En todos los países vecinos hay asociaciones similares, algunas existen desde hace décadas. Nosotros las hemos estudiado y contactado en el proceso de creación de la APIC.
¿Cuál es la diferencia de esas otras asociaciones a las que hace referencia?
La APIC tiene sus particularidades, porque Colombia, a diferencia de los vecinos, lastimosamente, vive un conflicto armado interno, que nosotros queremos y tenemos que cubrir. Por esto en este proceso nos asesoraron también la FLIP, RSF, IMS, FECOLPER y CICR. Se creó porque en general las necesidades y los intereses de la prensa internacional son diferentes a los de la prensa local.
¿Cuáles son esas diferencias?
Normalmente la prensa internacional no está tan interesada en temas internos, sino en temas de relevancia internacional. Por ejemplo, ahora podría ser más interesante hablar con el Presidente de los TLCs que ha firmado Colombia que de la reforma de la justicia
¿Periodistas de qué nacionalidades conforman la asociación?
Por el momento hay alrededor de 40 corresponsales y freelance de EE. UU., Canadá, Chile, Italia, España, Francia, Brasil, Suiza, Nicaragua, Alemania, Uruguay y México.
¿Para qué se creó la APIC?
Queremos ayudar en la labor de los periodistas que trabajan para medios extranjeros. Organizando, por ejemplo, encuentros periódicos con autoridades y exponentes de la sociedad civil, ayudando en temas de seguros, organizando cursos de Derecho Internacional Humanitario y de primeros auxilios.
Además, brindando apoyos cuando el corresponsal se encuentre en dificultades. En un futuro esperamos ofrecer equipos para el desarrollo del trabajo. Hemos contemplado, por ejemplo, chalecos antibalas.
¿Quiénes lideran la asociación?
Una junta directiva conformada por Esther Rebollo, directora de la agencia EFE en Colombia, Marie-eve Detouf de Le Monde, Damien Fellous (fotoreportero), Ana Gomez (EFE), Jenny González (Fixer), Alessandro Rampietti (AlJazeera), Nadja Drost (periodista de Canadá) y yo.

¿Qué lección les dejó a los periodistas extranjeros en Colombia el secuestro de Roméo Langlois?

Desde hace años se estaba cocinando la idea de crear una asociación de periodistas extranjeros. Lo de Roméo, por supuesto, aceleró todo el proceso. Nos hizo dar cuenta de que la APIC era necesaria y nos recordó que el trabajo de los periodistas en Colombia es muy peligroso.
¿Qué es lo más difícil de ser periodista extranjero en Colombia?
Lidiar con la polarización, hay cosas que hay que aprender a decir de una forma que no ofenda a los colombianos. Obviamente tantas décadas de conflicto dejan heridas y cicatrices que uno, como extranjero, tiene que aprender a respetar.

¿Qué es lo que tanto les gusta de Colombia a los periodistas extranjeros?

Creo que lo fascinante de Colombia, desde el punto de vista periodístico, es la complejidad. Mientras los países vecinos, con las debidas distinciones y disculpas por la simplificación, son relativamente simples de "leer". Para entender a Colombia, hay que vivirla, como ustedes, leer libros, conocer la historia, visitar la geografía.

¿Con qué apoyo cuenta APIC?

Es una asociación independiente que se articula con otras organizaciones de prensa.
¿Qué cambia de cómo se ve el conflicto desde afuera a cuando se cubre desde adentro?
Desde afuera no se entiende la complejidad y los grises del conflicto. Es un mito decir que el conflicto existe porque existe el narcotráfico, mito es decir que hay malos y buenos, pero más que todo es un mito asegurar que el conflicto tiene soluciones simples.
¿Cómo califica el trato de los periodistas colombianos y del gobierno a los periodistas extranjeros?
En lo que tiene que ver con los periodistas colombianos, excelente. Tengo muchos amigos periodistas, que me han enseñado sobre el trabajo y sobre el país. Los periodistas regionales son una ayuda clave para los extranjeros. El gobierno del presidente Santos se ha portado siempre muy bien con nosotros.

salpal@eltiempo.com
REDACCIÓN ELTIEMPO.COM

Comunicado de la Asociación de Prensa Internacional de Colombia

02 de mayo de 2013

Imagen de circulodeperiodistasdebogota.com
LA APIC CONDENA EL ATENTADO CONTRA EL PERIODISTA DE SEMANA RICARDO CALDERÓN
La Asociación de Prensa Internacional de Colombia (APIC) condena el atentado perpetrado con armas de fuego contra el periodista colombiano de la revista Semana Ricardo Calderón, quien salió ileso en la noche del primero de mayo, cuando se trasladaba en su vehículo desde la ciudad de Ibagué a Bogotá. 
La APIC exhorta a las autoridades a investigar este suceso para evitar que el caso quede en la impunidad y así garantizar la búsqueda de la verdad y el libre derecho de expresión y de información en Colombia.  
Asimismo, la APIC expresa su preocupación por la seguridad,  no sólo de Ricardo Calderón, sino de todos los periodistas y reporteros que ejercen la profesión en el país, en especial en las zonas más vulnerables.
Bogotá, 2 de mayo de 2013